Me da miedo pensar que sí. Pero tengo bastantes motivos para creer que así es.
Me regocijo con el hecho de que alguien que no tuvo miramientos de ningún tipo para hacer lo que le dio la gana, ahora mismo exprese su frustración personal en un blog, dándome a conocer que él mismo se odia, que odia su vida, y que no le van bien las cosas. Pienso que se lo merece, aunque yo esté, en cierto modo, igual. Mis motivos son distintos, es verdad. Él me hizo mucho daño haciendo lo que hizo, supuestamente un amigo.
También me atormenta la idea de perder la cabeza: A veces me pasa, que hago cosas sin querer hacerlas, al menos, no lógicamente hablando. Cosas que mi cerebro desecha casi al instante cuando pienso fríamente, pero que cuando me inundan las imágenes, los recuerdos, la ira… Pierdo el control, y las hago, pero de momento sin graves consecuencias.
Empezó siendo tan sólo imaginaciones de lo que mi mente ansiaba que ocurriera para tranquilizarse: Emboscadas a aquellos que más daño me han hecho, torturas, palizas… Ya os lo podéis imaginar… Más adelante se tornaron en palabras. Palabras que no quería decir, pero que dije. Tales como: “Toda la culpa la tiene mi padre. Debe morir”, “Le daré tal paliza a –perdonad que omita el nombre, pero es necesario-, que no saldrá del hospital nada más que en silla de ruedas” y “Cállate, zorra asquerosa, si no hubiese sido por ti, aún sería feliz”. Obviamente no quiero hacerle daño a nadie, es más, no me veo capaz. Pero más adelante se tornaron en acciones.
Recobro el sentido común al tiempo de haber empezado una serie de acciones: Robar cuentas de redes sociales, correos electrónicos, en busca de pruebas, de puntos flacos, pero antes de conseguir nada, darme cuenta de que lo que hago no quiero hacerlo… O quizás, la que más me asusta, es que cogí las llaves del coche, el chaquetón, salí por la puerta, y recorrer andando los casi 2 kilómetros que me separan de casa a donde tengo aparcado el coche, con una sola idea en mente: viajar a otra ciudad, a darle su merecido a 4 personas. Y es aquí cuando agradezco estar en una ciudad distinta, porque si no hubiese sido así, en el tiempo que tardé entre salir de casa, llegar al coche, y arrancar (es lo que hice hasta que me di cuenta de lo que hacía); estando en su ciudad, al menos me habría dado tiempo a darle una paliza a uno de los que me han hecho daño. Y sé que mi mente ansía venganza con aquel que más daño me ha hecho: El que era mi mejor amigo. Y prefiero acordarme de los buenos momentos que pasamos él y yo juntos. Nada más y nada menos que 16 años de amistad.
También escribo anónimamente en este blog, poca gente que me conozca lo habrá leído, y creo que sólo son dos personas que yo conozca las que leen o han leído parte de este blog, en el cual escribo precisamente para controlar estos ataques de ansiedad/histeria/ira. Si no me desahogase aquí, imagino que habría perdido la cabeza hace ya un tiempo.
Empiezo a pensar que tras esta fachada de bonachón tonto y confiado, se esconde un verdadero hijo de puta. Y eso me da miedo. Mi padre es un verdadero hijo de puta, y siempre he luchado por no ser como él. Pero “de casta le viene al galgo”, me imagino…
Tan sólo ansío ser feliz, dejar de tener estas preocupaciones, ser una persona alegre, como lo era hace 2 años… Aunque por fuera mucha gente me vea bien… Estas cosas que acabo de contar, me atormentan.
“Sé que no debí haber hecho lo que hice, sé que no debí ponerla a prueba. Todo es por mi culpa.” es lo que pensé justo antes de hincar la punta del cúter en mi muñeca. “Sin ella no puedo vivir” seguía pensando cuando arrastré el filo hacia abajo, y las lágrimas, y la sangre, manchaban el teclado del ordenador. “Debe saberlo, mi muerte debe pesar sobre ella. No ha querido escucharme, así que su castigo es saber que estoy muriendo por ella” pensé mientras, mareándome, escribía un correo dirigido a ella, donde le intentaba contar lo que había hecho. Me dio tiempo a mandarlo, antes de perder el conocimiento.
Desperté en el hospital, y rápidamente comprendí que algo no había salido bien: No caí en la cuenta de que la sangre se coagula. Perdí bastante sangre, pero gracias a que el corte no fue muy profundo, y a que no metí el brazo dentro de agua caliente para que no se coagulara la sangre, no llegó a ser mortal. También alguien me echó en falta y vino a buscarme.
Abatido por el fracaso, la vergüenza de haberlo intentado me atormentó unos días. Pero ahora comprendo que si todo hubiera acabado ahí, no tendría oportunidad de arreglar las cosas, aunque pase mucho tiempo para eso.
¿Soy mala persona? Creo que no, tan sólo soy un cobarde que no está preparado para el mundo real.